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  • Writer's pictureDaniela Ibáñez

Diálogos entre la Reina y la Dama de Hierro

Una, la monarca y la jefa de Estado de uno de los imperios más grandes del mundo. La otra, la jefa de gobierno de uno de los imperios más grandes del mundo. No eran los mejores momentos para el lugar de nacimiento de la revolución industrial. La inflación se disparaba, los sindicatos y el Partido Laborista habían controlado el poder, y el imperio ya no era lo que era antes. Ambas lo sabían, sólo una de ellas tenía la potestad constitucional para hacer algo al respecto. Y era aquella que no portaba la corona, pero aquella que sus discursos e ideas eran más valiosos que todas las joyas en ella.

Thatcherismo en corona:


Joya #1: Defensa de la propiedad privada



Joya #2: Defensa de las ideas pro-mercado



Joya #3: Defensa de un estado mínimo y eficiente



Una, la voz del pueblo, la otra, la voz de la razón. Una, la voz de la emoción, otra la voz del deber. Sorprendentemente, la Reina de Inglaterra ve sus momentos más vulnerables y capaz sus errores más colosales en cálculo político con Thatcher a la cabeza. Thatcher, casi siempre con la cabeza fría, y con una mano bien puesta frenando la cortina de hierro, trabaja imparablemente para que las ideas estatistas no dejen de sepultar a Inglaterra.


Fueron 11 años de largo gobierno de Thatcher. Se hace evidente en esas épocas críticas para Inglaterra, que una intervención quirúrgica en la economía era la única solución y Thatcher demostró un compromiso absoluto en llevarla a cabo. Pero no fue un camino fácil. Thatcher tenía muy claro que tenía que intervenir a las empresas ineficientes manejadas por el Estado – como la manufactura de acero – y que debía cortar el seguro social de desempleo. En consecuencia, la reina la acusó de ser poco empática y descorazonada por dejar millones temporalmente en desempleo y sin seguro social. Esta agria pero necesaria medicina, le costó una visita inesperada a la reina de parte de uno de los afectados, un esquizofrénico que dejó de recibir ayuda estatal tras el ajuste thatcheriano. La reina, trastornada y parcialmente conmovida por su súbdito aventurero, se torna contra Thatcher. Thatcher zanja el asunto, haciéndole saber a la reina que la medicina es solamente correcta. En la dosis individual, para el pobre desquiciado, y en la dosis colectiva, para sacar a Inglaterra de la locura que conllevaba ser complaciente al declive económico suicida, cuando una vez, fueron la economía más grande del mundo. Y a eso Thatcher agrega: y lo volveremos a ser. Y efectivamente, lo fueron.

Thatcher le enseña a la reina que tener enemigos en política, no es algo malo. Cuando la

reina le pregunta “Y es, me parece, muy peligroso hacer enemigos en todos los flancos”, ella responde “…no si uno se siente cómoda con tener enemigos”. Si uno no tiene enemigos, agrega, nunca libró la batalla, nunca intentó convertir lo malo en lo bueno, nunca se empeñó en perseguir el deber, de librarse de los traidores, de ser valiente y no un cobarde.

Definitivamente 11 años de thatcherismo fueron 11 años de valentía. No sólo ante el pueblo británico, sino ante el mundo, enseñado que dos mujeres podían liderar a una nación. Una como jefa de Estado, símbolo, ícono, garante de la tradición y de la costumbre inglesa y del orden constitucional, y otra como jefa de gobierno, en la que reside el poder de actuar, de cambio, de potestad de la voluntad del pueblo, de reformar, de inspirar. Es una dinámica que carecemos aquí en el Perú, buscamos el símbolo y la acción en la misma persona; una de las deficiencias del sistema presidencialista. Por lo tanto, es exquisito ver la dinámica entre estas dos mujeres para ver la maravilla que llega a ser el sistema parlamentarista. Y la maravilla que llega ser, no ver una, pero dos mujeres al mando.


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