David Tejada
Perú: El Fracaso de la Política Tradicional

Desde la fundación de la República, nuestro país ha experimentado una transformación sustantiva respecto a su sistema de partidos políticos. Para mediados del siglo XIX, trascendió de un cuadro de notables, como el Partido Civil, a una estructura de masas para inicios del siglo XX, como el entonces Partido Aprista Peruano. Desde el año 1919, tras el continuo desgaste de la República Aristocrática, esta continua transición alcanza un punto álgido tras la participación que tuvieron pensadores como Belaunde, Haya de la Torre o Mariátegui. El Oncenio de Leguía habría permitido el ingrediente que restaba para dicho cambio: la formación internacional. Mientras el joven Víctor Raúl viaja a México y funda, en 1924, la Alianza Popular Revolucionaria Americana como proyecto continental en contra del imperialismo, el intelectual José Carlos viaja rumbo a Europa para instruirse más en el incipiente marxismo y así crear el Partido Socialista, en 1928. Por otra parte, el letrado Belaunde profundiza en los postulados socialcristianos que, pronto, se traducirían en dos partidos políticos: el Partido Demócrata Cristiano, el Partido Popular Cristiano y, en menor medida, Acción Popular.
A partir de la década de los años treinta, el Perú tuvo una serie de movimientos relacionados al socialcristianismo, al socialismo democrático y al marxismo, respectivamente. Tres doctrinas que han tenido, hasta hace poco, notoria presencia a nivel nacional. En base a dichos planteamientos, en el Perú se han formado líderes históricos como Luis Bedoya Reyes, Armando Villanueva o Javier Diez Canseco. Si bien son personajes que hasta el día de hoy son observados con mayor estima, la verdad es que sus formulaciones no siguen vigentes al no haberse actualizado con la contemporaneidad. En los comicios del 2020, estos partidos tradicionales no alcanzaron ninguna representación y sus dígitos se redujeron a mínimos históricos. Acto seguido, en los sufragios generales del año 2021, perdieron su inscripción como organización. Esto, por supuesto, con excepción del partido de Belaunde Terry; a pesar de que actualmente cuente con divisiones más acentuadas como lo señalé en mi artículo: La Federación de Independientes.
Es natural formularnos la siguiente pregunta: «¿Por qué las ideas expuestas ya no están vigentes?». Para comenzar, la práctica del clientelismo ha sido una de las causas principales. La continua desideologización, el interés ajeno y particular es la causa de esta práctica. Aquellos postulados octogenarios, donde la sociedad representaba el centro de vocación y solidaridad de líderes políticos, ahora no cuentan con los mismos anhelos. A partir de la década de los noventa, como lo señala Carlos Iván Degregori (2014), la proliferación de partidos políticos, la crisis institucional y la negativa campaña gubernamental hacia estas organizaciones llevaron a prácticas mayormente clientelistas y electoreras, desplazando así el objetivo de las organizaciones. Con miras al 2022, esta práctica fue generalizada. Es muy común observar en los procesos electorales, cuotas partidarias reservadas con antelación, elección directa por dirigentes en lugar de bases, comercialización del cargo público y el transfuguismo. Este último fenómeno es detallado por Martín Hidalgo (2021) al mencionar que, en solo veinte años, cerca de 147 parlamentarios se han cambiado continuamente de bancada.
Tomemos el ejemplo del liberalismo peruano. Si bien sus ideas tienen como antecedente al connotado político Pedro Beltrán Espantoso, su programa florece en la década de los ochenta con Hernando de Soto y Mario Vargas Llosa. Estos esfuerzos fusionados hicieron posible la fundación del Movimiento Libertad, en 1987. El inminente peligro hacia la estatización de la banca, reunió a los denominados “jóvenes turcos” de Acción Popular, libertarios criollos y figuras independientes que buscaban liberalizar el mercado peruano altamente regulado. A pesar de su intento de remarcar la crisis completa del sistema desarrollista, los electores optaron por el partido Cambio 90. A continuación, selectos miembros del partido migraron repentinamente al gobierno de turno. El premio Nobel de Literatura, impactado por este fenómeno, escribió un interesante artículo: La chusma de arriba y la chusma de abajo. Según García (2019) en dicha redacción, condenó a los banqueros, militantes y simpatizantes que se unieron a Fujimori. El escritor señala que no hubo adhesión ni lealtad al liberalismo. Condenó el deficiente compromiso democrático pues algunos de sus antiguos seguidores apoyaron el autogolpe del 05 de abril. Resaltó que ellos solo se unieron temporalmente pues su objetivo verdadero habría sido tener contactos con carteras ministeriales específicas. Se sintió traicionado ante este fenómeno.
Presenciamos, asimismo, el desplazamiento de los partidos de masa por los partidos atrapatodo a partir de los años finales del siglo XX. Fue casi epidémica la creación de nuevos partidos políticos, sin contenido programático ni identidad ideológica. Esto también es una causal de la desideologización que fomenta una cultura donde “cualquiera” puede fundar una entidad partidaria aún sea para impulsar planteamientos antagónicos y bastante heterogéneos. Asombra poderosamente la creación de una falsa conciencia o dialéctica sobre las condiciones materiales como forma de atraer seguidores y votantes sin conocimiento en el sujeto. Cómo podemos ver, estos vacíos ideológicos repercuten en el comportamiento individual pues se aparta de la ética y la moral. Se aparta de dos características que, en las décadas pasadas, se mantenían en vigor.
El socialcristianismo en el Perú se combinó con sectores evangélicos y en sectas religiosas. El socialismo democrático se desacredita por no llegar a ser lo suficientemente implacable, manteniéndose así en la etapa reformista. El marxismo propuesto por Mariátegui fue experimentando cambios drásticos y una fragmentación sin precedentes. Muchos de ellos, con escaso compromiso democrático hacia la Constitución. Mientras el liberalismo peruano no tiene partido que lo represente, salvo selectos independientes. Estas ideologías fueron desplazadas.
En el corto plazo, no existe posibilidad de encontrar una ideología bien definida. En la buena práctica, la ideología de la conquista de adeptos, se basa en un plan de acción para el sistema social dentro de múltiples ámbitos: político, económico, social, cultural. Es capaz de identificar una representación de la sociedad, cómo se actúa y cómo se debe actuar para transformarla, fortalecerla y mantenerla vigente. Lo anhelado es que no pierda su identidad. No obstante, como lo mencionado previamente, esto queda en concepto utópico. Seguimos viviendo en una crisis de representación.