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  • Writer's pictureDaniela Ibáñez

Ya quiero que llegue la primavera


El invierno es compacto, el cielo es una esfera gris industrial, que ahoga al ciudadano de a pie en una humedad que hace que en ciertos momentos empatice con la frecuencia mental de una especie marina del fondo del mar. El ciclo electoral se mimetiza con los ciclos climáticos, el día de la investidura Presidencial y de los doscientos años de historia ‘republicana’, el frío llegaba a los huesos, el miedo llegaba a inmovilizarte. En esas épocas lejanas del Paleozoico - una época en la historia de la tierra cuando había más calidez - nuestras mayores amenazas eran un gringo bacán que hablaba como adolescente miraflorino y un vecino del sur con aires a Gárgamel que una vez había hecho lío en el Congreso. Teníamos por lo menos a tres candidatos que reconocían la virtud de los mercados y de la mano invisible en las decisiones económicas, pero que también creían en algún tipo de solidaridad mínima de parte de ese pulpo baboso que llamamos el estado peruano. Uno de ellos venía de un país sin salida al mar Europeo, donde se esconde la plata de todos los mafiosos a nivel mundial. Otro de ellos seguramente tiene plata en caja en este país y caía simpático con los fans de chancho al palo. Otra de ellas la confunden por ser parte de la cultura del wantan cuando es más cercana a la cultura del sashimi, tiene pocos amigos, y muchos enemigos.



Pasamos a la segunda fase electoral y el clima fue empeorando. Nos levantábamos con una sensación que no llegamos a la fase REM en la noche y nos distraíamos del trabajo con las noticias y con la necesidad de ya no ponerse una pero ahora dos mantas. Nos olvidamos lo que se siente tener ese calorcito por la ventana y nos sumimos en la ansiedad cada vez que veíamos un sombrero pasar por la calle; sentíamos un escalofrío cada vez que escuchábamos referencia a los mendigos Lázaros de parte de un maoista trasnochado, ahora con cambio de atuendo. Antes los sombreros eran para la protección solar, ahora eran un símbolo político.



Una parte de mi cree que una vez que la primavera arribe a nuestra costera ciudad, un cambio en las fuerzas políticas se puede dar de manera sorpresiva. Siempre los meses de estaciones entre invierno y verano son los más risueños, los más placenteros, los que tienen los recuerdos nostálgicos, épicos. Sigo creyendo que cuando los árboles se animen y las flores muestren su color, los tonos se apaciguarán, las teorías falladas se verán efectivamente combatidas, que los ciudadanos se curarán de la fiebre de la política populista e identitaria revolucionaria para ver el camino del desarrollo histórico de las sociedades. El concepto de la voluntad general del pueblo será un tema de discusión del pasado y empezaremos a ver más allá en la conceptualización política.



Una parte de mi cree que en la primavera cesarán los sonidos de la construcción del edificio a dos cuadras de mi casa que me perforan el cerebro todas las mañanas con sus martillazos antes de las 8am y el sonido del taladro a las 8 y media. Una parte de mi cree que ese ruido chillón de presentadores de televisión con estrés post traumático cesará, para dar espacio a discusiones con un nivel de emocionalidad moderado que todos podamos soportar. Que los reportajes de los Dinámicos no martillen en la espina de tu corazón político, eliminando todo tipo de esperanza que se puede ganar y gobernar limpio en este país.


Una parte de mi cree que con la primavera se irán todos nuestros problemas. Pero otra parte de mí sabe que esto no pasará. Es demasiado pedir en este país con una oposición de almas en pena. Por más que se vayan los vientos helados y empiece a calentarse el ambiente, seguiremos sintiendo frío en los huesos, seguiremos teniendo nuestras discusiones afiebradas, seguiremos cansados de tanto engaño, de tanta desilusión.


Primavera,

mi imaginación,

soñaré hasta que el momento

en que mi país sane profundamente,

de su dañado

corazón


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